jueves, 9 de abril de 2015

Cuento de una flor

Caminaba por las calles, ese día mi rumbo era desconocido, sólo tenía las amplias ganas de andar sin saber el paradero. Entonces un poco perdida en mis confusiones me di cuenta que estaba por la Av. Pardo de Miraflores y ya me faltaba poco para llegar al Parque Kennedy. Me detuve y me percaté de las personas que caminaban apresuradamente tanto por mi derecha, como de mi izquierda. Continué con mis ideas y decidí cruzar, esperando que el semáforo dé en verde para peatones. ¡Por fin verde! Estreché la pierna derecha para cruzar firmemente, cuando de repente al momento de dar mi cuarto paso me percaté de algo curioso, en el suelo de cebra estaba tendida una flor. Me detuve, levanté la cabeza y el semáforo me mostraba un 23 de verde- aún había tiempo- me incliné y con la mano derecha recogí a la flor, la acobijé en toda la cavidad de mi extremidad y proseguí mi caminata.

Pasaron varios minutos desde que había recogido dicha flor, a la cual no le quitaba la vista de encima. Aquel capullo tenía varias hojitas color fucsia, pero un fucsia cálido, como la de un bebé; llevaba también un enérgico tallito que me ayudaba a llevarla en mis manos. ¿Coincidencia encontrarte agraciada florcita? Me dije en mi mente antes de cruzar la Av. Paseo de la República y tomar el bus con destino a mi casa.


Continué con mi andar, pero ya no sola, ya no confundida, llevaba a una nueva amiga conmigo. Levanté la vista muy sonriente cuando divisé lo que no quería divisar. Todo mi ser se tornó a angustia, él estaba ahí. Sentí en el alma una necesidad de correr, de buscar otro rumbo, pero no. ¿Quién era él? ¿Por qué cambié mi actitud inmediatamente por el sólo hecho de su presencia? “Tranquila- me dije- has enfrentado situaciones peores”. Entonces retomé mi destino, colocando a la florcita cerca de mi corazón, pero yo temblaba, apretaba fuerte al pobre tallito quien pagaba mi culpa, mi ira. Él sólo cumplía su tarea de acompañar a la bella flor, y a la vez pagaba mis penas.


Crucé por su lado, su cercanía estrujo mi corazón pero continué sin girar la cabeza. Él me miró, como si buscara el pasado que una vez nos unió, él me observaba detenidamente, mis pasos, mi huida, mi temor, mi desamor, él miraba mi miedo por enfrentarlo directamente. Estoy totalmente segura que él se preguntaba por la flor acomodada en mi pecho, ¿de dónde la habrá sacado? ¿Quién se la habrá dado? ¿Por qué la lleva tan cerca a ella? Yo sé que lo pensaste, pero el miedo te aturdía, tanto así como yo.


Por mi parte, bajé casi destrozada las escaleras, aún no podía asimilar que la persona que tanto quise en mi vida entera estuvo frente a mí, apenas unos segundos, y decidí escapar pero no de temor; sino por otra razón ¿cuál entonces? Mi 
debilidad por verlo a los ojos y romper a llorar desconsoladamente por el sentimiento de haberlo extrañado tanto, tanto y tanto. Caminé un poco más y tomé el transporte acompañada de mi extraña flor.
En el carro, mujeres y hombres me miraban con lástima casi con extrañeza. Yo no hacía caso de sus atenciones hacía mí, yo sólo acariciaba las hojas de mi amiga y recordaba. Llegué a mi casa y busqué inmediatamente un vasito de vidrio para recibir amenamente a mi capullo, a mi nueva visita. ¡Listo! Se la veía tan contenta en su nuevo espacio acuático. 
“Buenas noches- le dije- hoy no estarás sola, me vas acompañar”.


A la mañana siguiente al dirigirme a mi sala, estaba ahí, ya amanecida casi fresca como si hubiera sido la más afortunada en recibir al astro rey. Me la acerqué y sonreí unos minutos, en realidad yo estaba tan feliz de verla, tan chiquita, inocente y colorida. En mi instinto egoísta quise colocarle un nombre, pero no, así mataría su encanto y su peculiaridad: ser única.


Así pasaron los días, la primera semana y ella estaba ahí, sin marchitarse. Cuando la veía profundamente recordaba los ojos de él apreciándome con dulzura, eran recuerdos de aquellos días en que salíamos a los campos y sentados en el pasto verde yo recibía uno de sus besos inmaculados en mi frente. Días que parecían no tener fin, sucesos que pensé durarían hasta el término de mis peregrinos días. Sin embargo, partiste uno de esos días, con la excusa más tonta y desacreditada del mundo. A pesar de eso, te perdoné y esperé tu regreso. ¡Reacciona! Parecía decirme la flor, le volví a sonreír y me fui.


Cuando descansaba en mi cama pensaba en la flor, ella es casi como yo, libre pero a la vez triste, irradiadora de amor pero a la vez sola. No entendía por qué desde su partida, todos mis pensamientos se volverían tan complicados y nada entendibles.


Pasaron tres semanas y un día sentada en uno de los grandes parques de Lima miraba a las parejas de enamorados fingiendo su felicidad, luciendo sus tristes vacíos. Así era yo alguna vez- pasó por mi cabeza- Luego como una demente solté una carcajada. Me desparramé completamente en el pasto y recordé a la flor de mi casa, bruscamente me incorporé y decidí regresar a mi hogar. Mis pasos temerosos- casi como ese día en que la encontré- me llevaron hacia ella. Era ya muy tarde, la flor se había muerto, se había marchitado sin decirme adiós. Entonces tomando solo su tallo, me destiné al sofá más cercano y me senté. Con la mirada perdida por unos minutos comprendí muchas cosas- mi madre decidió colocar en la radio una canción de José José, para amenizar musicalmente mi reflexión- en serio mi vida la sentía como la flor ya muerta. Una vez en una clase universitaria un profesor mencionó que ‘no existe peor cosa que estar muerto en vida, con un inmenso vacío en el alma, buscando en burdas cosas materiales la felicidad, cuando en realidad ser feliz sólo es un estado de ánimo, no era nuestra esencia como humanos’. Eso me dolió tanto porque en ese recuerdo y exactamente en esas palabras dictadas por mi estimado profesor comprendía mi destino, tan frío, cruel y superficial. Miré nuevamente a la flor- que ya ni hojas tenía- y comprendí el dolor que ella contenía en su ser, de ser admirada y no poder admirar, de ser motivo de felicidad para muchas mujeres- al ser entregada como obsequio- pero 


Dejando caer la flor y con ella el tallo deslucido, agaché la cabeza hacia uno de los almohadones de mi sofá y permanecí estática, comprendía el sentido de mi vida y quería tener el mismo desenlace como mi amiga la flor. Aunque no se dio como yo anhelaba, recordé nuevamente mi camino desolado y perdido por las calles de la Av. Pardo. Cerrando lentamente mis ojos sentí una lágrima traicionera salir de ahí, puesto que dicha lágrima ya no quería seguir permaneciendo dentro de mí, un cuerpo lleno de dolor e infelicidad. Finalmente con una sonrisa dibuja en mi rostro y con lágrimas pensé “Adiós querida flor, buen viaje, me mostraste en unos cuantos días una lección que jamás olvidaré”